jueves, 15 de diciembre de 2016

Belleza.

Había visto belleza en todas partes, y eso para mí era belleza.
Belleza era herirse las rodillas porque de tanto jugar había caído al suelo.
Belleza era verle ponerse el mechón de pelo que siempre caía por su rostro detrás de la oreja.
Belleza era la sonrisa. El invierno. Las nubes y sus formas.
Belleza es que su mano se acerque a la tuya cuando la tienes helada,
que se caliente con su calor y que el frío se evapore en los labios,
porque los besos siempre fueron suficiente para derretir cualquier corazón.
Belleza es mirar el cielo juntos.
Belleza es que el amor no te deje dormir.
Incluso discutir siempre fue belleza,
apostar a ver quién es más cabezón, a ver quién se queda con la razón,
o simplemente quién se rinde a la primera mirada.
Yo me he rendido a muchas miradas.
Belleza es vivir recordando que estás vivo, reaccionar con más rapidez ante las oportunidades,
bailar  con el destino, saltar las líneas blancas del peatón.
Reírse, belleza es reírse porque no hay nada más bonito que una carcajada sonora,
que tu carcajada.
Belleza es verle recién despierto,
aún con los ojos entrecerrados,
algo despeinado,
una sútil sonrisa que su rostro descansado aún no puede dominar,
el pijama de los domingos, y un bostezo que da la bienvenida a la mañana.
Belleza es viajar, conocerte algún día,
conocer lugares nuevos, personas, comidas.
Cocinar contigo y que nos salga la mejor de las recetas,
o que se nos queme el ideal del menú.
Pintar la casa y acabar más pintados que las paredes.
Belleza es la ansiedad de cambiar el mundo.
La revolución, tu revolución. Nuestra revolución.
En las calles, en la cama, en mi vida.
Nuestra vida.
Belleza es que a la vuelta de la esquina encuentre nuestro futuro.
Que me hablen de ideales.
Que me cuenten historias.
Que me cuentes tus historias.
Belleza, qué bella eres, y qué simple te proclamas a veces.

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